
Reflexiones sobre la (mí) culpa
En el duelo por suicidio, siempre teniendo en cuenta que todo duelo es un proceso muy personal, una de las dificultades por las que pasamos los y las supervivientes son los pensamientos en bucle, que se mantienen en el tiempo, repitiendo todo lo que deberíamos haber hecho, deberíamos haber dicho, los porqués sin respuesta, los intentos de reconstruir los últimos momentos.
Quizás porque intentamos hacer desaparecer estos pensamientos demasiado pronto, en vez de observarlos y tratar de entenderlos, a medida que pasan los días, se intensifican algunos estados emocionales: aturdimiento, confusión, tristeza, miedo, enfado, vergüenza, culpa.
De todas ellas, la culpa aparece, desaparece y reaparece. Y por mucho que los y las profesionales nos ayuden a gestionarla haciéndonos ver que el suicidio es multifactorial, y que difícilmente una persona o un comportamiento podría haberlo evitado, lo cierto es que la culpa suele instalarse en nuestro pensamiento durante un buen tiempo. Y lo cierto es que la solemos ocultar, la vivimos en secreto, ya que cuestiona nuestro rol familiar y nuestro autoconcepto.
Entiendo la culpa como una emoción ligada a la idea de responsabilizarnos del bienestar de las personas a las que queremos, y de la necesidad que tenemos de creer que somos en parte el origen de la presencia o la ausencia de ese bienestar.
De la misma manera que a veces conseguía arrancarle una sonrisa, y me creía responsable de ese pequeño instante de felicidad, después del suicidio, me resistí a pensar que la persona que perdí pudiera ser responsable de su propio malestar, así que teníamos que ser todos los demás.
La búsqueda de culpables, de personas que creemos que no hicieron todo lo que deberían haber hecho, transforma las relaciones sociales y familiares, ahora silenciosas y silenciadas, y esconde muchos miedos: miedo a que no me quisiera, a haberme equivocado, a no ser buena hermana. ¿Qué podría haber hecho yo diferente? ¿Qué (no) deberíamos haber dicho/hecho?.
Observando mi culpa me di cuenta de algunos errores, de algunos aciertos, de algunas creencias, de algunos defectos y algunas virtudes, míos y de los demás. Observándola y aceptándola, me di cuenta de que todas las personas somos imperfectas, todas podemos equivocarnos, incluso la persona que hemos perdido. Entendiendo mi culpa pude sentir que, en realidad, lo que me ocurría era que necesitaba seguir sintiéndome responsable, porque así le sentía a mi lado. Observando mi culpa decidí que tenía que hacer algo, después del suicidio.
Así que parece que la culpa tiene sentido al fin de al cabo... Intentemos observarla y aceptarla, en vez de pelearnos con ella, en vez de dirigirla a nuestro entorno. La culpa es una gran maestra si la escuchamos. Y puede llevarnos al perdón y a poder reconocernos como personas que amamos, nos equivocamos, rectificamos, aprendemos, vivimos.
María Francisca Morell.
Presidenta de AFASIB.
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