¿POR QUÉ TE QUIERES SUICIDAR?
Alejandro Rocamora Bonilla
Es la pregunta que surge tanto en un encuentro terapéutico como a nivel familiar y de amigos, cuando una persona afirma que tiene ideas suicidas. Realmente, ¿es la mejor pregunta para explorar la ideación suicida?
Partimos del hecho que la conducta suicida es compleja y multicausal. Es algo que repetimos como un mantra, pero que, a la hora de ayudar, con frecuencia olvidamos.
Si la vivencia suicida es multicausal, ¿por qué nos preocupa tanto la última causa? Posiblemente sea porque en nuestra cultura aristotélica pareciera que si conocemos la causa es más fácil solucionar el problema. Sin embargo, la realidad es que, eso que llamamos la última causa es la gota que ha colmado el vaso y ha rebosado porque antes estaba lleno. En muchas ocasiones “la última causa” no es lo más importante sino simplemente se puede considerar como un factor desencadenante del proceso suicida. Así, hay que entender el suicidio tras una ruptura sentimental, el paro prolongado, un desahucio, etc. Deberíamos no solamente detenernos en ese factor último, sino analizar las posibilidades y límites que el sujeto tiene para afrontar esa situación crítica. Y esto no solo a nivel personal, sino también la realidad contextual en que vive.
Podemos decir que la conducta suicida no aparece solamente como respuesta a un hecho concreto, sino que en la mayoría de las veces es producto del devenir de la propia historia del sujeto. Es más bien una decisión que el sujeto ha elaborado durante días, semanas o incluso meses y años. Es verdad, que existe el suicidio impulsivo, pero es menos frecuente y resolutivo precisamente porque la improvisación disminuye la eficacia.
Estimulo o causa
Visión parecida es la que plantea Rosenberg (2016)[1] en su sugerente libro Comunicación no violenta donde expone cómo gestionar nuestra rabia ante una situación que padecemos como agresiva. Puede ser una palabra o un acontecimiento. Parte de un principio técnico: el estímulo, o lo que desencadena nuestra rabia, no es la causa. En realidad, nos enfadamos no por lo nos han dicho o hecho, sino que la auténtica causa es lo que nosotros sentimos ante ese estímulo. Por esto, ante el mismo estímulo varias personas responden de forma diferente, ya que en cada uno se despiertan sensaciones y sentimientos diferentes.
Esto aplicado a la conducta suicida podríamos decir que la ideación suicida surge no como respuesta a la ruptura sentimental, el paro prolongado, etc. (este es el estímulo) sino a lo que el sujeto siente (causa) ante esas situaciones: vacío existencial, ser una carga, etc.
Esto que Rosenberg lo aplica a la comunicación no violenta, también lo podemos aplicar a cualquier situación de la vida. Así, no es que tengo ideas suicidas por el acontecimiento externo (separación, muerte de un ser querido, etc.) eso es el estímulo. La causa de la ideación suicida es cómo cada persona se siente ante el acontecimiento externo. Por esto, la solución nunca estará en cambiar el estímulo (a veces es metafísicamente imposible) sino cambiar nuestra actitud.
Así, pues, la causa hay que encontrarla en nuestra evaluación de lo que sentimos ante el acontecimiento traumático. Y debemos identificar la necesidad no satisfecha que está en la raíz de nuestras ideas suicida.
¿Para qué?
Así, pues, la preocupación de los padres, amigos, educadores, etc. e incluso del propio terapeuta debería centrarse en explorar lo que engancha a la vida, y no lo que le lleva a la muerte. Esto sí que puede ser una palanca que impulse al sujeto a seguir viviendo. La gran pregunta, por tanto, debería ser ¿para qué te quieres suicidar? Su respuesta nos abrirá las puertas para una salida saludable: “me quiero suicidar para no ser una carga”, “para dejar de sufrir”, o “para dejar de estar solo”, por poner solamente tres ejemplos. De esta forma descubrimos la necesidad profunda del sujeto y podemos dirigir nuestra acción a posibilitar que no “sea una carga”, que no siga sufriendo o que pueda disfrutar de su soledad. La acción de ayuda iría encaminada no a convencer de sus razones para vivir, sino a descubrir y poner en acto todas las potencialidades que tiene en la vida.
El porqué es una mirada al pasado y el para qué es una mirada al futuro. Tras “el para qué” siempre está la necesidad que invade al sujeto y que para seguir viviendo necesita satisfacer.
En el caso de los supervivientes, que también a veces se quedan enganchados al por qué del suicidio de su ser querido, es una pregunta que metafísicamente no tiene respuesta. A veces, esa pegunta sirve para seguir sufriendo y de esta forma purgar los errores fantaseados.
En una ocasión me decía un superviviente: “estoy obsesionado intentando encontrar el por qué del suicidio de mi hijo, pues de esta forma me siento vinculado a él y es una forma de manifestarle mi cariño.” Aunque parezca absurdo es una manera de autocastigo y de expiar la culpa imaginada, que no real en muchos casos. Podríamos afirmar que este uno de los “atajos” que la superviviente toma para resolver el duelo. Pero de los “atajos” del duelo hablaremos en otra ocasión”
Así, pues, en nuestra exploración clínica deberíamos preocuparnos no tanto por las razones que llevan a la persona a pensar en el suicidio, sino más bien qué se quiere conseguir con esa conducta descubriendo cuáles son sus necesidades.
[1] Rosenberg, M. B. (2016). Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida. Barcelona: Editorial Acanto, S. A.