¿Se puede llenar el “vacío” tras la muerte de un ser querido?
Alejandro Rocamora Bonilla
María, hace tres meses, que ha perdido a su marido por suicidio, después de treinta años de convivencia. Nos dice que no puede soportar esa situación: “me siento vacía”. Y su pregunta siguiente es: ¿cómo puedo llenar este vacío? Mi reflexión inmediata es: ¿es necesario llenar ese vacío?, o mejor todavía, ¿realmente se puede llenar ese vacío, como cuando vemos que se ha vaciado la bolsa de naranjas y necesitamos reponerla de nuevo?
“Vacío físico” y “vacío emocional”
Es cierto que la muerte por suicidio es inesperada a nivel emocional y deja a la familia con la sensación de que “falta algo” o “algo se ha perdido para siempre”. Esa sensación de “vacío” está arropada por una sensación de soledad, de “estar como al borde de un abismo” (que me dijo un doliente) o de quedarse solo en una “noche oscura” y sin ningún punto de referencia. Y esto es así porque el otro siempre es necesario, pues nos permite compartir, ayudar(se) y a veces, es un espejo imprescindible en que cada uno nos miramos. Cuando se produce el vacío por su muerte, ¿es posible llenarlo?
Como bien nos dice Montes Germán (2022)[1] existen dos tipos de “vacío”: “vacío físico” y el “vacío emocional”. El primero se nota en los pequeños detalles de la vida cotidiana: nos falta alguien para llevar la bolsa de la compra, abrir un tarro de mermelada o sentir la presencia de alguien en casa, y un largo etcétera.; por otra parte, el “vacío emocional” más angustioso se manifiesta por la imposibilidad de compartir, de sentir el cariño del otro, su respeto y seguridad, y también, por qué no, sus discusiones y puntos de vista diferentes de la realidad. Como me dijo una doliente: “ahora echo en falta su mal humor, su deseo de controlar todo y hasta sus ronquidos”. Esto puede dar lugar a la aparición de la irritabilidad, ansiedad, tristeza y un malestar generalizado que dificulta grandemente la convivencia con el resto de la familia.
¿Se puede llenar ese “vacío”?
Indudablemente el “vacío físico” es más fácil de aceptar pues la cruda realidad se impone y poco a poco se va encontrando la solución a esa situación. Sin embargo, “el vacío emocional” es tozudo y generalmente se nos ocurren dos soluciones, que ya de entrada considero inaceptables: o lo negamos y “normalizamos” nuestra vida al día siguiente de la muerte (decisión que va en contra del sentimiento común ante una pérdida), o bien, llenamos nuestra vida de actividades: los familiares y amigos nos dicen: “tienes que hacer Pilates”, “tienes que apuntarte a las clases de Historia del Arte”, “tienes que viajar”, etc. Pero, ¿realmente se puede llenar ese “vacío”?
Considero que la respuesta es evidente: no, pues es metafísicamente imposible sustituir la ausencia de un padre, un marido, una esposa, un hijo, etc. Dos testimonios que confirman este aserto; uno es de Freud, padre del psicoanálisis, citado en Worden (1997)[2] en que escribe a su amigo Binswanger cuyo hijo[A1] había fallecido.
“Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que después de dicha pérdida la fase aguda del duelo se calmará, también sabemos que permaneceremos inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa lo que llena el vacío, incluso si lo llena completamente, siempre hay algo más”.
El otro testimonio es de Victoria, que tras la muerte por suicidio de su hijo Luisete afirma: “El vacío que deja Luisete es un vacío que nada, ni nadie podrá llenarlo. Luisete es único, especial, auténtico, verdadero, real. Él siempre me faltará; el hueco que ha dejado en mí y en mi familia, es para siempre” (Montes Germán, M., 2022)[3]
Solución
Entonces, ¿cuál es la solución? No es, pues, “llenar” ese “vacío” con cosas, actividades o incluso persona, sino aceptar ese “vacío” y a partir de ahí intentar reconstruir la vida con la presencia-ausencia del que ha fallecido. Evidentemente esto es un proceso que puede durar días, meses o años.
En este proceso nos ayudará no centramos solo en lo que hemos perdido sino ir también recuperando los momentos felices que hemos vivido con el difunto. Esos momentos nada ni nadie nos lo puede arrebatar. Es decir, no centrarnos en la queja continua por lo que hemos perdido sino sentirnos felices por los años compartidos.
En ese largo proceso de elaborar el duelo, diferentes son las “posiciones” por las que va pasando el doliente, con sus avances y retrocesos y que se concretizan en varias preguntas: ¿por qué ha muerto mi marido, mi hijo?; ¿quién es el culpable de esta situación, el médico, su psicólogo, su psiquiatra, etc.?, quizás la más sanadora es ¿para qué ha muerto, o bien, ¿qué puedo hacer con mi vida en esta situación? Esta última es una pregunta que nos proyecta al futuro y nos abre la posibilidad de encontrar el sentido incluso a esa situación de pérdida tan traumática. Además, nos posibilita, no llenar el vacío, pero sí transformarlo de forma sana. Con frecuencia se habla de la muerte traumática por suicidio como si “me hubieran amputado un brazo”, pues encontrar el sentido en esa situación sería algo parecido a conseguir un “brazo ortopédico” .No tengo la misma movilidad, pero las acciones cotidianas las puedo realizar.
Podemos decir que el sentido es como esa luz que aparece en la intensa oscuridad. Esta puede persistir, pero nos permite ver algunos objetos. De la misma manera encontrar el sentido en el duelo por la pérdida de un ser querido es encontrar una actitud sana ante la vida: ayudar a otros dolientes a aceptar la pérdida, ser ejemplo para la familia de afrontamiento, reforzar los vínculo familiares y un largo etcétera.
La logoterapia lo que nos dice es que debo encontrar el sentido a ese vacío y transformarlo. Es decir, a partir de la aceptación de la muerte intentar recuperar la propia existencia y aprender a caminar en la soledad de la ausencia. De esta forma lograremos convivir sanamente con el “vacío” después de la muerte del ser querido.
Querido lect@r termino con este bello poema escocés, que posiblemente ya conoces:
“Puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido.
Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado.
Tu corazón puede estar vacío porque no lo puedes ver o puede estar lleno del amor que compartisteis.
Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío, dar la espalda o puedes hacer lo que a él o ella le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir”.
[1] Montes Germán, M. (2022). El sentimiento de vacío ante el suicidio de un familiar en Rocamora (editor), A. Un camino sin atajos. Duelo por el suicidio de un ser querido. Bilbao: Desclée De Brouwer, p. 139
[2] Worden, J. W. (1997). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidos, p. 38
[3] Montes Germán, M. (2022). ob. ct. p. 138