
Suicidio en tiempo de pandemia
Alejandro Rocamora Bonilla
En mi larga experiencia clínica de más de cuarenta años atendiendo a personas con diversas patologías o sufrimiento, he sentido que mi ayuda consistía en descifrar un jeroglífico, buscar el significado del síntoma, y también el ser el acompañante en el laberinto de emociones que se encontraba el consultante. Mi función pues era de descodificador y de guía para que encontrara una salida sana.
En lo que se refiere a la conducta suicida esto es más patente pues es una vivencia compleja, con diversas dimensiones: psicológica-psiquiátrica, social, existencial e incluso con matices religiosos, en ocasiones. Es una conducta que no pasa desapercibida en el entorno. Siempre tiene una carga de pesar, desesperanza e incluso de misterio. Siempre quedará en el aire una pregunta sin respuesta posible: ¿por qué se ha suicidado?
De alguna manera, además, la conducta suicida cuestiona al sujeto actor y también a su entorno. La persona que piensa en el suicidio puede estar inmersa en alguna de estas cuestiones: ¿mi vida tiene sentido? ¿sirvo para algo? ¿podré soportar este inmenso sufrimiento? ¿para qué seguir haciendo sufrir a mi familia?
También el entorno (familia, amigos, compañeros, etc.), se puede preguntar: ¿por qué me ha hecho esto? ¿podría haberse evitado? ¿qué pensarán de mí los vecinos? ¿mi familia está maldita? ¿qué pinto yo en esta vida?
Así, pues, toda conducta suicida, aunque es personal e intransferible, también es vincular. Pero eso sí, no es constitutiva del ser viviente, y por esto aquí hablaremos de la persona que se ha suicidado, y no del suicida. Nadie es un suicida, sino una persona que ha tenido ideas de muerte, ha hecho un acto contra su vida o se ha suicidado. Por otra parte, al ser vincular, la conducta suicida, invade todas las dimensiones de la persona humana y también a sus más próximos.
Generalmente la conducta suicida no es respuesta concreta a un acontecimiento específico, sino respuesta a una “situación de adversidad” o que el sujeto vive como tal: como un “callejón sin salida”, y por esto la única posibilidad de liberarse de la angustia es la muerte. El acto suicida, pues, es el emergente. No es un fenómeno aislado. Y aunque existen suicidios impulsivos, generalmente la persona que piensa suicidarse necesita tiempo para elaborar esa conducta. Es un proceso no lineal sino con avances y retrocesos, durante el cual va madurando su deseo de morir.
Podemos afirmar que la conducta suicida abarca un amplio espectro que va desde la simple fantasía puntual de muerte e ideación suicida, la decisión firme de morir, el intento autolítico, el intento frustrado de muerte o el mismo suicidio consumado. Y el círculo se completa con la elaboración del duelo por los supervivientes.
1.-El confinamiento.
El confinamiento es una situación imprevista, repentina e impuesta donde puede imperar el miedo, la soledad, el aburrimiento o la desesperanza, por señalar los sentimientos más frecuentes.
Es decir, el miedo puede aparecer por el desconocimiento del peligro que nos acecha, desconocer nuestro futuro y por ir conociendo el poder real del virus, la falta de medios sanitarios y económicos y un largo etcétera que puede sumergir a la persona en una sensación de vulnerabilidad y de posible muerte.
La soledad, es otro ingrediente de esta situación de cuarentena, sobre todo a las personas que viven solas, aunque la “soledad afectiva” también se puede observar en las personas que viven en compañía. Han sido momentos para la reflexión, el hacer balance de la propia vida y el preguntarse “qué hago yo en esta vida”, como me decía el otro día un familiar.
El aburrimiento ha estado muy presente en muchos hogares, que pese a la creatividad de sus miembros, en ocasione han sucumbido al lento pasar de las horas.
Y por último, y como consecuencia de todo lo anterior, puede aparecer la desesperanza, entendida como “la aceptación habitual y más o menos resignada de la imposibilidad de conseguir lo que se quisiera poder esperar, no puede esperarse y pese a todo se desea” (Laín Entralgo, 1993)[1] .
La persona desesperanzada se siente inmersa en los pensamientos negativos de: “nunca esto se solucionará”, “nunca conseguiré aquello…”, “nunca seré feliz”, etc. Laín Entralgo (1962)[2] se pregunta ¿qué puede hacer el hombre en una vivencia de desesperanza? Y se contesta, una de estas tres cosas: “suicidarse, convertirse en una nueva esperanza o hacer de la desesperanza un hábito histórico ejemplar”. Podemos decir, pues, que la espiral de la desesperación puede finalizar en la desesperanza, enquistarse en esa posición y llegar a la muerte, o encontrar el sentido a la situación presente.
En las consecuencias a la exposición del COVID-19 hay que tener presente tres aspectos: la evolución de la propagación del virus, la repercusión económica y la salud física y mental de las personas. Nosotros nos centraremos en ésta última
Una guía editada con el patrocinio del Colegio de Psicólogos de Madrid señala que, según diferentes estudios, la población sometida a cuarentena las afecciones emocionales pueden llegar al 73% de bajo estado de ánimo y el 57% de irritabilidad.[3] Durante la cuarentena se produce un proceso adaptativo a la nueva situación de aislamiento. No es extraño, pues, que aparezcan síntomas de ansiedad, irritabilidad, tristeza, miedo, culpa, insomnio, falta de concentración, etc. La falta de vínculo y la sensación de falta de libertad puede producir una sensación de inestabilidad y miedo al futuro. En algunos casos, no obstante, se ha producido un refuerzo de los vínculos sociales y familiares, incrementándose las llamadas telefónicas y video llamadas. Pero también se han producido más conflicto entre las parejas. Dos datos: según el Ministerio de Igualdad durante los quince primeros días del confinamiento, el 016 teléfono gratuito de atención a las víctimas de violencia de género, recibió un 18,21% más de llamadas que en el mismo periodo del año pasado; segundo dato: en cuanto a los servicios de apoyo psicológico gratuitos están desbordados. Sólo el de la comunidad de Madrid, gestionado por el colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, atendió más de 700 llamadas en su primer día de funcionamiento.
A este respecto, un equipo de psicólogos de King´s College de Londres, en un reciente estudio, afirman que la cuarentena puede producir estrés postraumático, confusión, ansiedad, frustración e ira, que pueden tener efectos duraderos. También se produce angustia depresiva, estrés, irritabilidad, insomnio, ira y agotamiento emocional. Incluso tres años después se han reportado diagnósticos de estrés postraumático y abuso de sustancias relacionados con la experiencia de confinamiento.[4]
Además de la personalidad de la persona, el contexto en que se desarrolla la cuarentena es significativo: no es lo mismo vivir con un infectado o con un anciano o con un niño o si teletrabajamos o estamos en paro o vivimos en un piso de cuarenta metros cuadrados, por poner sólo algunos ejemplos.
En general, podemos afirmar que además de otros factores (duración, lugar, situación económica, etc.) tres son los aspectos que más pueden influir en la resolución saludable de la cuarentena: 1) un buen gradiente de salud de la persona (toda patología psicológica o psiquiátrica puede dificultar una buena resolución de la crisis); 2) la posibilidad de expresar nuestro malestar, ansiedad, temores o miedos (una “soledad afectiva” que dificulte esta comunicación puede ser una barrera para resolver de forma sana esta cuarentena) y 3) la presencia de un interlocutor (familiar, amigo, vecino, profesional, etc.) que posibilite una acogida sana de esos miedos y ansiedades.
2.- El postconfinamiento.
La “nueva normalidad”, es como define el Gobierno Español a la etapa posterior al “Estado de Alarma”, tendrá unas características inéditas: se tenderá a la evitación del contacto con el otro, se tenderá al aislamiento, a unas medidas higiénicas más estrictas, los viajes, las vacaciones, las reuniones se vivirán de otra manera. Incluso pueden aparecer patologías psíquicas tras la cuarentena: cuadros obsesivos, depresivos o paranoides.
La revista Lancet[5] ha hecho una revisión del impacto psicológico de la cuarentena (de 3166 documentos encontrados, 24 están incluidos en esta revisión). El estudio se realizó en diez países e incluyeron personas del SARS (11 estudios), ébola (5 estudios), la pandemia de influencia H1N1 (3 estudios), síndrome respiratoria del medio oriente ( 2 estudios) e influencia equina (1 estudio). Los síntomas que aparecen con más frecuencia, son: estrés postraumático, confusión y enojo, temor de infección, frustración y aburrimiento.
Dos estudios informan sobre los efectos a largo plazo de la cuarentena tres años después del brote de SARS, el abuso de alcohol o los síntomas de dependencia se asocian positivamente con la cuarentena en trabajadores de la salud.
Un estudio de las personas en cuarentena debido a posible contacto SARS notó que el 54% de las personas que habían estado en cuarentena evitaban a las personas que tosían o estornudaban, el 26% evitaban los lugares cerrados y el 21% evitaban los espacios públicos en las semanas posteriores a la cuarentena.
3.-Pandemia y suicidio
Algunos CASOS sobre el suicidio durante la pandemia:
Son historias de vida recogidas en la prensa digital:
- Emily Owen de 19 años que padecía autismo murió en el hospital tras un intento de suicidio en su casa. La familia afirma que Emily fue incapaz de gestionar el hecho de estar encerrada en casa. Ocurrió en Londres el 18 de marzo de 2020.
- Está recogido el dato del suicidio de un hombre en Corea del Sur durante esta pandemia.
- El médico del Stade de Remes, Bernard González se suicidó a los 60 años, tras estar infectado de COVID-19. Dejó una carta explicando su acción.
- El político alemán Thomas Shaefer, ministro de finanzas del Estado de Hesse se ha suicidado preocupado por el coronavirus, dicen sus familiares.
- Un joven de 29 años contagiado de Covid-19 falleció después de un intento de suicidio en México.
- Suicidio de una enfermera en Monza (Italia) contagiada de COVID-19 de 34 años, se encontraba en cuarentena con síntomas y otro suicidio en Venencia.
- El reciente suicidio de la Dra. Lorna Breen, una doctora de la sala de emergencias de la ciudad de Nueva York que se recuperó de covid-19, también ha puesto de manifiesto los riesgos que enfrentan los trabajadores de la salud para su salud emocional y psicológica.
Según estos casos aparecidos en la prensa digital, sobre todo en la hispanoamericana, podemos afirmar que varios son los aspectos comunes a todos ellos: el miedo a contagiarse, el miedo a contagiar o el estrés de los profesionales sanitarios. Es posible que en algunos casos hubiera una psicopatología que dificultara asumir la situación de cuarentena.
Pandemia y suicidio
La conducta suicida, como hemos dicho antes, es una vivencia compleja, multidimensional y multicausal. No podemos, pues, centrarlo todo en un solo estresor (vivencia de la pandemia), sino que hay que admitir que la conducta suicida es poliédrica, con diferentes caras: biológica, social, psicológica, situacional y vivencia estresante. Sería un reduccionismo si declaramos que una persona se ha suicidado por el coronavirus. Eso, sí, podemos afirmar que toda vivencia estresante, y la situación de cuarentena o la infección coronavirus o la asistencia en UVI lo es, puede ser, un factor coadyuvante que nos lleve al suicidio. Es falso, pues, afirmar que tal persona se ha suicidado por la infección del coronavirus; es mejor, afirmar que tal persona con una situación personal, social o psicológica especial, más la vivencia de la pandemia, ha optado por el suicidio.
Lo que ocurre es que se confunde el factor precipitante o coadyuvante con el factor causal directo. Debemos recordar que la vivencia suicida generalmente es un proceso, que puede durar días, semanas o incluso años (excepto en los suicidios impulsivos) y que además, como hemos dicho antes, es multicausal. Es por lo que no podemos decir que el COVID-19 es la causa de los suicidios. A lo sumo podemos afirmar que la pandemia puede contribuir (de forma leve según algunos estudios), no determinar, al posible aumento de las conductas suicidas. Incluso algunos autores llega a firmar todo lo contrario, que tras una gran adversidad se puede constatar una disminución de casos de suicidio como consecuencia del “efecto unión”. Es lo que se comprobó en los meses posteriores a los atentados del 11 de septiembre 2001[6].
Según Gunnell et al. (2020)[7] los efectos sobre la salud mental de la pandemia por COVID-19 podrán ser profundos. Es posible que la tasa de suicidios aumenten, pero es posible evitarlos. Proporcionan algunos datos de pandemias anteriores: los suicidios aumentaron en EE.UU. durante la pandemia de influencia de 1918-19 y también aumentaron entre las personas mayores en Hong Kong durante la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) de 2003.
Este grupo de expertos afirma que las conductas suicidas pueden aumentar durante la cuarentena y sobre todo después, por la confluencia de alguna de las siguientes situaciones:
- agravamiento de las patologías psiquiátricas por la cuarentena
- el estigma de las personas infectadas
- los más vulnerables son el personal sanitario y los que sufren la infección
- el desempleo y los factores económicos extremos
- la violencia de género y el consumo de alcohol pueden aumentar durante la cuarentena.
Concluyen su documento con estas palabras: “Es posible que el suicidio se convierta en una preocupación más apremiante a medida que la pandemia se extienda y tenga efectos a más largo plazo en la población en general, la economía y los grupos vulnerables”. Pero debemos insistir que este posible aumento de las conductas suicidas en la “nueva normalidad”, no será exponencial, ni la pandemia es determinante en la aparición de ese incremento, sino un factor más en la multicausalidad de la vivencia suicida.
[1] Laín Entralgo, P. (1993). Creer, esperar, amar. Valencia: Círculo de Lectores. p.187
[2] Laín Entralgo, P. La espera y la esperanza. Madrid: Revista de Occidente. p. 569
[3]Guía para el abordaje de las consecuencias psicológicas del brote epidémico de COVID-19 en la población en general. Elaborada a petición del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid por los equipos de la clínica Universitaria de Psicología UCM, PsiCALL UCM, y profesores del Departamento de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. Marzo 2020.
file:///C:/Users/MEMORY%20SISTEMAS/Downloads/guia-covid-19-ucmprofesionales%20(3).pdf
[4] Samantha K Brooks, Rebecca K Webster, Louise E Smith, Lisa Woodland, Simon Wessely, Neil Greenberg, Gideon James Rubi. The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of the evidence n https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)30460-8/fulltext
[5] Ibidem, p. 913
[6] Mark A. Reger, PhD ; Ian H. Stanley, MS ,; Thomas E. Joiner, PhD.Mortalidad por suicidio y enfermedad por coronavirus 2019: ¿una tormenta perfecta? JAMA Psiquiatría. 10 de abril de 2020. doi: 10.1001 / jamapsychiatry.2020.1060
[7] Gunnell et al. Suicide risk and prevention during the COVID-19 pandemic. 21/4/ 2020 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7173821/ The Lancet Psychiatry