EL PETIRROJO (VIRGINIA DE LA CALLE) POR EL DÍA INTERNACIONAL DEL SUPERVIVIENTE

PETIRROJO (Virginia de la Calle)

EL PETIRROJO

Es increíble lo que te puede cambiar la vida en un instante. Cómo de la noche a la mañana todo tu mundo se vuelve del revés y ya nada tiene sentido. “No puede ser verdad” piensas, pero lo es, aunque tú estás en una burbuja en la que te empiezan a asaltar cientos de preguntas que se meten en tu cabeza y dan vueltas como una centrifugadora una y otra vez. Pasan las horas, y sigues sin creer que te esté pasando a ti.

Mi madre murió por suicidio el 1 de septiembre de 2020. Hacía tres días que me había despedido de ella porque me iba de viaje, la di dos besos y ella esbozó una leve sonrisa, aunque ya no era la misma: no, desde hacía poco más de 2 meses. Y un martes a las 7:30 de la mañana se fue para no volver, sin despedirse, en silencio, y sola.

Recuerdo cómo durante los primeros meses de mi “nueva vida”, sin ella, me levantaba antes del amanecer y corría para ver salir el sol… Cómo también me quedaba inmóvil por las noches en el jardín, mirando las estrellas, mientras todas esas preguntas rebotaban en mi cabeza, alimentadas por la culpa que sentía de no haberlo hecho mejor, y las madrugadas llorando, invadida por la rabia y la impotencia de haberla perdido así. Recuerdo su letra, que ya no era la misma, en aquél cuaderno en el que escribió todos sus pensamientos, incluido el de suicidarse, y al que nadie hicimos caso. Recuerdo también los viajes en coche al ir o volver de trabajar de casi una hora cada uno, en los que no notaba la velocidad y no paraba de repasar cada conversación con ella en sus últimas semanas, o señales que pudieran indicar que ya se había rendido. Y cómo la culpa me invitaba a girar el volante para que las voces de mi coco se fueran.

Fue entonces cuando pude entender por qué lo hizo: quería parar su cabeza porque decía que iba muy rápido y no la dejaba reaccionar. Quería dejar de sufrir.

Busqué ayuda psicológica a partir de las 2 ó 3 semanas. Está siendo muy, muy duro, pero he conseguido hacer que las voces se callen, o al menos, que no me hablen tan a menudo. He tenido que buscarle el sentido a mi vida, algo que me de fuerzas para continuar…

Desde el principio, me di cuenta de la vergüenza que me provocaba pronunciar la palabra SUICIDIO, y cómo ni siquiera yo era capaz de decirla sin que me quisiera meter debajo de la mesa. Y entonces, tomé la decisión de hablar, contarlo públicamente, no esconderlo como un “accidente” o una “enfermedad”. Nadie espera que una tatuadora de repente empiece a publicar vídeos en los que habla del suicidio de su madre, de las cifras, de salud mental…

Hablar se ha convertido en una de las cosas que me da fuerzas para continuar. Contar cómo de un momento a otro te conviertes en SUPERVIVIENTE, y tu vida da un giro de 180º para convertirte en otra persona totalmente distinta. Y compartirlo sin miedo, porque es la única manera de que los demás vean que no hay nada malo en estar mal y se animen a buscar ayuda. Los que me rodean alucinan de cómo soy capaz, con todo el dolor que siento, de poder hablar de ello sin tapujos, escuchar testimonios, a veces muy explícitos y duros y animarles a buscar ayuda o darles los recursos que tengo a mi alcance (siempre teniendo en cuenta que no soy profesional, solo una superviviente)…

Ojalá hubiera sabido entonces todo lo que se ahora, pero no puedo cambiarlo. Así que sigo adelante con todo lo que el suicidio de mi madre me ha enseñado para poder ayudar a otras personas, porque hablar del suicidio ayuda a prevenirlo.